Totalitarismo: En los regímenes fascistas el Estado intervenía en todos los ámbitos de la vida, coartando la libertad de los individuos. Controlaba la actividad privada, política y social, la economía, la educación y medios de comunicación.
Antiliberalismo y anticapitalismo: Los ideólogos fascistas tildaron al liberalismo de ser una ideología débil, incapaz de frenar al auge del comunismo e ineficaz para mantener el rumbo de una economía sometida a crisis cíclicas. La democracia y el sufragio universal se consideraron métodos artificiales e inútiles que intentaban igualar la natural desigualdad entre los hombres. Por otra parte, el capitalismo se identificó con los financieros y banqueros judíos, calificados como elementos degenerados de la burguesía. Se distinguió claramente entre la figura del gran capitalista, sinónimo de usurero corrupto, y la del empresario, honrado, laborioso y solidario con la comunidad.
Antimarxismo: La lucha de clases, elemento fundamental en el análisis marxista de la sociedad, chocaba profundamente con la homogeneización y el corporativismo propuestos por el fascismo. Sindicatos, partidos políticos, organizaciones de izquierda fueron hostigados por grupos de carácter paramilitar, mas tarde, ilegalizados y perseguidos por el Estado totalitario.
Autoritarismo y militarismo: El fascismo concebía la sociedad como si de una organización militar se tratase. Había de formar organismo vertebrado, en el cada individuo ocupase un lugar determinado y desarrollase una función específica. En el seno de ese organismo no tenían cabida las discrepancias o disensiones.
Ultranacionalismo: Los fascismos ambicionaron alcanzar la unidad y la identidad nacionales, desde una visión conservadora, excluyendo y hostigando a quienes pusiensen en peligro tal aspiración, ya fuesen otras naciones o, dentro del mismo Estado, aquellos elementos considerados extraños, por ejemplo, las minorías raciales (judíos, gitanos, etc).
Liderazgo de un jefe carismático: Los fascismos trataron de conseguir la armonía social bajo la benefactora acción de un jefe ("duce, führer, caudillo"). Sin su liderazgo, la naturaleza amorfa de las masas desembocaría en el desgobierno y el caos.
Empleo de la propaganda y el terror: Para atraerse a las masas, los regímenes fascistas pusieron gran empeño en controlar los medios de comunicación, especialmente, la radio y la prensa. Una vez en el poder abolieron la libertad de opinión, persiguieron a los periodistas independientes y utilizaron masivamente la propaganda para inculcar valores como patria, jefe, raza, etc. Maestro sin igual en esas prácticas fue el Ministro de Propaganda del III Reich, Joseph Goebbels.
Racismo y xenofobia: Todo aquello que el fascismo interpretó que podía descomponer una sociedad uniforme y rígidamente estructurada fue perseguido. Así ocurrió con las minorías raciales (judíos, eslavos, gitanos, etc).