La aparición de la sociedad de consumo fue la principal consecuencia del crecimiento económico en el mundo capitalista tras la segunda guerra mundial. La estructura económica de estos países, con predominio de grandes empresas, hizo posible que se elevaran los índices de productividad y aumentase la necesidad de mano de obra. Esto alivió el paro y permitió alzas salariales que posibilitaron un incremento en el nivel de demanda de productos, que ni siquiera contuvo el alza de precios. El consumo se convirtió en el objetivo de todos, tanto de bienes duraderos, como la vivienda, los automóviles o los electrodomésticos -gracias a los créditos y a la venta a plazos- como de servicios y del ocio.
El Estado del bienestar aumentó los impuestos pero a cambio redistribuyó mejor las rentas y asumió gastos sociales que antes dependían del ahorro individual, con lo que buena parte del mismo se dedicó al consumo.
El elevado consumo provocó importantes transformaciones sociales. Se consolidó una numerosa clase media, en la que la mujer se incorporó al trabajo y los hijos tuvieron la opción de acceder a estudios superiores. Aumentó el número de trabajadores en el sector servicios por la terciarización de la economía. Apareció una nueva elite social constituida por los directivos de las empresas, los técnicos de alto nivel, etc. Y, con todo, surgió un nuevo tipo de vida y una mentalidad conformista en la que primaba la búsqueda de la felicidad a través de un consumo cada vez más sacralizado.
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