La Unión Soviética apoyó o convirtió en aliados a los gobiernos surgidos de revoluciones en los 70. Precisamente fueron los problemas de uno de estos gobiernos, el de Afganistán, país vecino de la URSS, los que impulsaron a los soviéticos a llevar a cabo una invasión militar directa en este país, desde 1979 a 1988. La URSS, a pesar de su superioridad militar, no pudo pacificar el país ni acabar con los grupos guerrilleros, que finalmente lograron controlar Afganistán tras la retirada de las tropas soviéticas. Esta intervención (complicada después por las resistencias locales) no tenía como objetivo ampliar el poder soviético, sino impedir la expansión del fundamentalismo islámico triunfante en el vecino Irán. Este propósito no pudo cumplirse, ya que los talibanes (integristas islámicos radicales) triunfaron y gobernaron en Afganistán hasta el año 2001. En cualquier caso, la invasión soviética de este país supuso el inicio formal de lo que se conoce como segunda guerra fría.
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